Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolò di Bernardo dei Machiavelli) (*3 de mayo de 1469 San Casciano in Val di Pesa - †21 de junio de 1527 Florencia) fue un hombre político, diplomático, filósofo, historiador, poeta y autor teatral italiano. Originario de Florencia, fue un actor importante en el Renacimiento italiano, en particular en su componente política. Es considerado como el fundador de la filosofía política moderna y uno de sus principales exponentes.

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                          CXXIII CUANDO DEBE HUIRSE DE LOS ADULADORES

                          CAPÍTULO XXIII

                          CUANDO DEBE HUIRSE DE LOS ADULADORES

                          Cúmpleme no pasar en silencio un punto importante, conviene a saber: la falta de que con dificultad se preservan los príncipes (si no son muy prudentes, o si carecen de tacto fino), y que es falta más bien de los aduladores de que todas las cortes están llenas y atestadas. Pero se complacen tanto los príncipes en lo que por sí mismos hacen, y se engañan en ello con tan natural propensión, que librarse del contagio de los aduladores les cuesta Dios y ayuda, y aun con frecuencia les sucede que por inhibirse sistemáticamente de semejante contagio corren peligro de caer en el menosprecio. Para obviar inconveniente tamaño bástale al príncipe dar a comprender a los que le rodean que no le ofenden por decirle la verdad. Pero si todos pueden decírsela, se expone a que le falten al respeto. Así, un príncipe advertido y juicioso debe seguir un curso medio, escogiendo en su Estado a algunos sujetos sabios, a los cuales únicamente otorgue licencia para decirle la verdad, y esto exclusivamente sobre la cosa con cuyo motivo les pregunte, y no sobre ninguna otra. Sin embargo, le conviene preguntarles sobre todas, oír sus opiniones, deliberar después por sí mismo y obrar últimamente como lo tenga por conveniente a sus fines personales. Es necesario que su conducta con sus consejeros reunidos y con cada uno de ellos en particular se desarrolle en tal forma que todos conozcan que cuanto más sinceramente le hablen tanto más le agradarán. Pero, excepto éstos, ha de negarse a oír los consejos de cualquier otro, poner inmediatamente en práctica lo que por sí mismo haya resuelto y mostrarse tenaz en sus determinaciones. Si obra de diferente manera, la diversidad de pareceres le obligará a variar muy a menudo, de lo cual resultará que harán muy corto aprecio de su persona.

                          Acerca de este punto quiero presentar un ejemplo moderno. El sacerdote Luc, dependiente de Maximiliano, actual emperador, dice de él que no toma consejo de nadie, y que, sin embargo, nunca hace nada a su gusto. Ello proviene de que Maximiliano sigue un rumbo opuesto al que he indicado. Es un hombre misterioso, que no solicita el parecer ajeno ni comunica sus designios a persona alguna. Pero cuando los lleva a ejecución, sus cortesanos empiezan a contradecírselos, y desiste fácilmente de ellos. De aquí resulta que las cosas que hace un día las deshace al siguiente, que no prevé jamás sus proyectos ni sus actos y que no es posible contar con sus resoluciones.

                          Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe recibirlos cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la gana de aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite. Pero debe con frecuencia, y sobre todos los negocios, oír pacientemente y sin desazonarse la verdad acerca de las preguntas que haya hecho, sin que motivo alguno de respeto sirva de estorbo para que se la digan. Los que piensan que un príncipe, si se hace estimar por su prudencia, no la debe a sí mismo, sino a la sabiduría de los consejeros que le circundan, se engañan en la mitad del justo precio. Para juzgar de esto hay una regla general, que nunca induce al error, y es que un príncipe que no es prudente de suyo no puede aconsejarse bien, a menos que por casualidad dispusiera de un hombre excepcional y habilísimo que le gobernara en todo. Pero en tal caso la buena gobernación del príncipe no duraría mucho, porque su conductor se encargaría de quitarle en breve tiempo su Estado. En cuanto al príncipe que consulta con muchos y que carece él mismo de la prudencia necesaria no recibirá jamás pareceres que concuerden, no sabrá corregirlos por si mismo ni aun echará de ver que cada uno de sus consejeros piensa en sus personales intereses nada más. No existe posibilidad de hallar dispuestos de otra manera a los ministros, porque los hombres son siempre malos, a no ser que se les obligue por la fuerza a ser buenos. De donde concluyo que conviene que los buenos consejos, de cualquier parte que vengan, dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio príncipe y que no se funden en si mismos como tales.